Mujer y cuerpo
Ameyalli Avendaño Coronel
Se trata de mi cuerpo al que bendigo,
contra el que lucho,
el que ha de darme todo
en un silencio robusto
y el que se muere y mata a menudo.
(Sabines, 1977)
Pensar el cuerpo, en una época como la que vivimos se torna complicado; nos desviamos y lo pensamos como un contenedor de nuestro ser que debe ser ejercitado para poder lucir “aceptable”, lo tratamos de personalizar, lo castigamos, lo forzamos con ciertas posturas, ciertos ejercicios, horas sentados viendo la computadora, la televisión, leyendo; incluso “descansamos” en posiciones incómodas, que nos arruinan la columna, que nos tensan más, que cortan nuestra circulación; seguimos dietas que hacen que nos duela el estómago, que nos hacen sentir cansados todo el tiempo; trasnochamos, estresamos nuestro cuerpo, no lo dejamos dormir y a la mañana siguiente lo obligamos a pasar por la garganta cualquier menjurje que lo haga levantarse para la siguiente jornada.
Ya decía el filósofo francés Gabriel Marcel en Aproximación al misterio del ser que en la época contemporánea el individuo tiende a parecer un simple haz de funciones vitales (respirar, pensar, caminar, comer), sociales (consumir, producir, ejercer la ciudadanía) y psicológicas (sentir, expresar). Y en un mundo así, centrado en la idea de función, la vida está expuesta a la desesperación, desemboca en ella. El mundo nos parece vacío, suena a hueco. La vida se resiste a la desesperación en la medida en la que actúan poderes que la vida misma no piensa ni parece reconocer; el mundo atrofia las potencias del asombro (Marcel, 1987, pp. 23 – 28). El cuerpo es visto en tanto máquina funcional, nuestra concepción de él está automatizada.
En el caso de las mujeres, y desde el que puedo hablar porque es en el que fui adoctrinada no solo por padres, sino, por todo un entramado social formado por medios de comunicación, amigos, familiares y maestros; puedo decir que es desgastante y atormentadora la mirada que le devolvemos al cuerpo.
En nuestra cultura, una capitalista y patriarcal, el cuerpo femenino debe satisfacer cierto estándares; se pensaría que deberían de responder, bajo la lógica patriarcal, a los deseos sexuales de los hombres, pero me doy cuenta de que lo han dejado de hacer, y más bien responden al capital escondido bajo la moda. Habría que preguntar a los hombres si en realidad los excitan esos cuerpos mostrados por la industria pornográfica o más bien aprendieron a excitarse con ellos. En mi caso me he dado cuenta de que la mayoría de mis parejas han estado más satisfechas cuando mi cuerpo no está tan delgado que cuando me mato en el gimnasio, al contrario de lo que yo siempre había pensado.
Veo las redes sociales inundadas de cuerpos hipersexuados, operados, al punto que ya no parecen cuerpos humanos; y las mujeres tratamos de cumplir esos estándares, debo tener un cuerpo “bien dotado”, pero no tanto, para no parecer “grotesca” o “corriente”; debo de verme atlética, pero no tanto, para no verme “masculina”; debo de usar maquillaje para ser “femenina”, pero no tanto, a ellos les gusta “al natural”, y la lista sigue y sigue.
Se lucra con las inseguridades que el mismo sistema provoca a las mujeres, vemos los anaqueles de las tiendas de maquillaje llenas de bases para cubrir barritos, manchas, arrugas; fajas de spandex, tratamientos para la piel, para bajar de peso; cera para depilar, rastrillos, cremas que lastiman nuestra piel, cremas para aclarar la piel y a esta industria de la belleza no le basta y hasta se apropia del empoderamiento femenino. Vemos a marcas de maquillaje despolitizando y marquetinizando el concepto de empoderamiento para el capitalismo: “¡empodérate y maquíllate con estos productos de belleza!, ¡qué no te de pena aceptar que necesitas tratamientos para bajar de peso, empodérate y consúmelos, tienes derecho de lucir “bien”!” El mejor ejemplo es la marca de ropa de Beyoncé Ivy Park, una mujer que a los ojos de muchas mujeres es una figura empoderada, cuyas camisetas eran hechas por otras mujeres y niñas explotadas, a la que no se les pagaba ni el salario mínimo con jornadas extenuantes. Es así como una discusión sobre el cuerpo puede llevarnos a la crítica de todo un sistema que esclaviza, que maltrata, que somete cuerpos, en especial a los femeninos.
Todo lo anterior hace repensar las prácticas corporales. En lo personal, mi obsesión con bajar de peso, con una piel sin granitos, con un cuerpo perfecto, que a decir verdad ya tengo, porque me hace confrontarme con mis pensamientos. Al hacerme conciente de mi cuerpo siento su tensión, sus ganas de moverse, sus ganas de descansar, su hambre, su sed, su sueño, sus ganas de un poco de paz y de una pausa. Me vuelvo crítica porque soy conciente de que por mucho que trate de argumentar en contra del capitalismo y patriarcado que tanto desprecio por hacer sufrir a todos, en tanto siga con estas actitudes hacia mi cuerpo, no hago más que perpetrarlo.
Cierro mi reflexión con una de mis consignas feministas favoritas: “Mi cuerpo, territorio sagrado, natural, patrimonio de la humanidad”
Referencias Bibliográficas:
Sabines, J. (1977). Nuevo recuento de poemas. México: Biblioteca Paralela
Marcel, G. (1987). Aproximación al misterio del ser. Madrid: Ediciones Encuentro
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